... Se acercó a la puerta. Lenta y silenciosamente como un ladrón la abrió. Esto fué lo que vio: una pintura de ella tirada en el piso, su marido se refregaba, desnudo, sobre la pintura, con el pelo revuelto y el pene erecto, como ella nunca lo había visto.
Se movía sobre la pintura con lascivia, besándola, frotándola entre las piernas. Parecía arrastrado por el frenesí, todo alrededor de él había pinturas de ella, desnuda, voluptuosa, bella. El hombre arrojó sobre ellas una mirada apasionada y continuó con su abrazo. Estaba teniendo una orgía con ella, con una mujer que en realidad no había conocido. Al ver esto, la sensualidad reprimida de María apareció, libre desde el primer momento. Cuando se quitó las ropas le reveló una María nueva para él, una María iluminada por la pasión, entregada como en sus pinturas, ofreciéndole su cuerpo sin vergüenza, sin dudar ante todos sus abrazos, esforzándose por arrancar las emociones a sus cuadros y superarlos.

Fragmento de "La maja"
Anaïs Nin

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